La posibilidad de que Rosario tenga por primera vez en su historia una conexión aérea directa con Europa está al borde de desmoronarse. La aerolínea española World 2Fly tiene todo preparado para operar dos vuelos semanales a Madrid desde diciembre con aviones Airbus A350. Pero la falta de obras en la pista del aeropuerto Islas Malvinas —que requiere una reconstrucción urgente— detuvo el proyecto, y lo que era una oportunidad histórica se convirtió en otro capítulo de un modelo de gestión que no logra despegar.
La decisión (imperdonable) del ORSNA de dar de baja la licitación nacional para reparar la pista, tras semanas de impugnaciones y diferencias entre las ofertas presentadas, fue una nueva piedra en el camino, pero no la única. Se suma a una larga cadena de gestiones fallidas bajo el control estatal, que evidencian el agotamiento de un modelo incapaz de responder con agilidad y previsibilidad. Aunque ahora la provincia de Santa Fe anunció que asumirá directamente la obra con fondos propios, eso implica volver a empezar desde cero, en un contexto donde los plazos ya son críticos.
Mientras tanto, Córdoba, bajo la gestión de Aeropuertos Argentina 2000, sigue capitalizando rutas que Rosario no puede concretar. La diferencia de resultados entre una terminal administrada con criterios profesionales y otra atada a estructuras estatales se hace cada vez más evidente.
El problema no es nuevo ni técnico: es político. En 1998, cuando el Estado Nacional concesionó más de treinta aeropuertos a través de un contrato a largo plazo adjudicado al consorcio Aeropuertos Argentina 2000, la provincia de Santa Fe optó por no adherir al esquema nacional. Decidió quedarse afuera del sistema y mantener bajo gestión estatal y provincial los aeropuertos de Rosario y Sauce Viejo, a través de entes autárquicos. La intención original fue garantizar autonomía operativa y promover una gestión local. Pero más de 25 años después, esa decisión estratégica se transformó en una desventaja estructural, marcada por demoras crónicas, cambios de autoridades por razones partidarias y ausencia de criterio técnico y empresario en la conducción.
La situación actual expone con crudeza esa crisis. World2Fly avanzó con todos los trámites: tiene los slots asignados en Barajas, el respaldo de la autoridad aeronáutica española, y gestiones iniciadas ante ANAC y la Cancillería argentina. Sin embargo, sin garantías sobre el estado de la pista, la compañía frenó definiciones. “Para operar con A350 se depende de que las obras estén. Es un stopper clarísimo”, dijeron desde la empresa. También admitieron que, sin confirmaciones inmediatas, podrían postergar la ruta hasta 2026.
Y mientras la provincia anuncia que se hará cargo del proyecto, la imagen del aeropuerto queda una vez más dañada. En el sector aerocomercial, la secuencia de fallos, demoras y retrocesos ya fue bautizada por especialistas como “una novela turca”. Una trama interminable de frustraciones, donde las decisiones técnicas y comerciales quedan subordinadas a la improvisación política.
La terminal rosarina no solo está en riesgo de perder una ruta inédita. Está perdiendo reputación, credibilidad y lugar en el mapa aéreo del interior argentino. Y lo hace por empecinarse en un modelo estatal que, en vez de modernizarse, repite errores. La demanda está. El mercado lo espera. Pero sin gestión profesional, Rosario seguirá viendo pasar los aviones.