“En un país con 50% de pobreza, creer que la inclusión vendrá por una modificación impuesta del lenguaje, no es solo una quimera, sino una tremenda hipocresía”

El análisis del jurista Roberto Vázquez Ferreyra sobre la imposición del lenguaje inclusivo.

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Cayó el imperio romano, y el latín dejó de ser el idioma universal, y para ello no fue necesario el dictado de norma alguna.  El inglés con el que Shakespeare escribió sus maravillosas obras no es el inglés que hoy se habla en Gran Bretaña; ni el español con el que se escribió El Quijote es el que hablamos hoy quienes nos manejamos con la lengua de Cervantes. Me atrevo a decir que el italiano de la Divina Comedia debe ser muy distinto al que se habla en la actualidad en las calles de Roma. Pero ninguno de esos cambios obedeció al dictado de norma, legislación o imposición de autoridad alguna.

Si alguno de mi generación decía “pelotudo” en la mesa familiar, era muy factible que su cabeza quede girando como la de la poseída en la película El Exorcista, del cachetazo que hubiera recibido.   Con el tiempo esa “mala palabra” es de uso más que aceptado, no solo a través de la genialidad del Negro Fontanarrosa que generó la risa de lo mejor de la lengua española, sino que también figura en el diccionario de la Real Academia Española, en sus diversas acepciones.

En todos los casos recordados, no fue la genialidad o iluminación de algún legislador lo que impuso los cambios en el idioma; tampoco la imposición de algún gobernante o autoridad, sino que fueron los usos y costumbres que desde que se inventó la palabra, han ido variando a lo largo de los milenios las lenguas con las que la humanidad se comunica entre sí.

Creer que un idioma se modifica por una imposición legal o gubernamental es tan absurdo como creer que si toda la humanidad sopla al mismo tiempo, podemos apagar al sol.

Creer que un idioma se modifica por una imposición legal o gubernamental es tan absurdo como creer que si toda la humanidad sopla al mismo tiempo, podemos apagar al sol

Basta con ver lo que sucede cuando quienes dicen practicar el idioma inclusivo, incurren en situaciones patéticas al no encontrar la palabra adecuada, incurrir en el ridículo -equipo y equipa- o lisa y llanamente luego de decir una o dos palabras “inclusivas”, olvidan hacerlo durante el resto del discurso precisamente por no ser algo que tengan naturalmente incorporado.  

En un país con 50% de pobreza, creer que la inclusión vendrá por una modificación impuesta del lenguaje, no es solo una quimera, sino una tremenda hipocresía que obedece a una batalla cultural absurda.

Y el querer imponerlo por vía legislativa o reglamentaria, no es un detalle menor. Recordemos el cuento de la rana, y pensemos que el agua ya está más que tibia.   ¿Cuáles serán las próximas imposiciones?

No olvidemos que hace tiempo se señaló que una de las fases hacia el totalitarismo es empobrecer la lengua.

 

Por Roberto Vázquez Ferreyra

Ex Juez en lo Civil y Comercial

 

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