La histórica metalúrgica santafesina atraviesa un escenario crítico: sin certezas sobre su futuro inmediato, con deudas salariales desde junio y con la producción paralizada. Mientras el silencio empresario alimenta sospechas de vaciamiento, el conflicto social y gremial escala en una ciudad de 24.000 habitantes.
El caso Vassalli volvió a exponer la fragilidad de la industria nacional y la tensión entre promesas de inversión y una realidad de incumplimientos. La familia Marsó, dueña de la compañía desde enero de 2024, había anunciado un plan de u$s4 millones para fabricar 50 cosechadoras en el primer semestre de 2025. Sin embargo, en todo 2024 apenas se completaron 20 unidades y desde mediados de año los pagos se hicieron en cuotas, hasta llegar al actual impasse: sueldos, aguinaldos y retroactivos sin abonar, que según la UOM equivalen a más de $3 millones por trabajador.
La crisis se agudizó en las últimas semanas con telegramas de despido enviados a cinco empleados –cuatro de ellos delegados gremiales– en lo que el sindicato denunció como una maniobra de desafuero. Al mismo tiempo, 288 familias sobreviven con ayuda alimentaria: órdenes de compra de $150.000 por trabajador entregadas por la UOM nacional y bonos de $70.000 gestionados por la seccional local, apenas un paliativo frente al deterioro económico.
El conflicto trascendió las paredes de la fábrica. Hubo cortes en la ruta 33 y una masiva movilización en la que participaron más de 20 seccionales metalúrgicas junto a vecinos, comerciantes y familiares. La ciudad se convirtió en escenario de un “abrazo solidario” a la planta, que incluyó entonar el Himno Nacional como símbolo de resistencia y unidad.
En paralelo, la empresa mantiene activa su cuenta oficial de Instagram, promocionando planes de financiación de cosechadoras, un contraste llamativo frente a la paralización de la producción. Ese doble discurso refuerza el malestar de los operarios y la sospecha de un vaciamiento orientado a preservar la marca pero no la fábrica en Firmat.
De cara al lunes, la única certeza es la decisión de los trabajadores de volver a presentarse en su puesto, aun con las puertas cerradas. El silencio de la familia Marsó y la falta de un plan de continuidad abren un interrogante mayúsculo: ¿será este el preludio del final de una de las plantas más emblemáticas de la maquinaria agrícola argentina?