El gobierno se enamoró de la desinflación

Parece que ha habido un logro considerable en el plano inflacionario, sin embargo, concentrar en este indicador la medida de éxito o fracaso de la política económica podría jugarle una mala pasada en el futuro

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Si bien los datos de inflación siguen siendo elevados y de dos dígitos, el gobierno considera que viene teniendo éxito en la baja de la inflación. Esto en parte es cierto, pues las expectativas colocaban a la inflación en niveles muy superiores a los que efectivamente prevalecieron durante los primeros meses de 2024.

En las últimas semanas el discurso del ministro Caputo y del propio presidente le ha dado una centralidad al tema de inflación que contrasta fuertemente con los primeros mensajes de la gestión. Desde un primer momento estuvo claro que había desequilibrios en el plano fiscal, en el monetario, en el cambiario, etc. que se debían corregir. La intención y el norte era que la resolución de esos problemas se hiciera de la forma más rápida posible, sin generar un aumento incontrolable de la conflictividad social. Sin embargo, el devenir parece haberlos llevado a concentrar todas las miradas en la suba de precios.

Parte de las correcciones que tenían en mente parecen estar encaminadas, de reservas negativas se pasó a positivas en términos netos, el sector público dejó de tener déficit fiscal para pasar a un fuerte superávit, en materia comercial se acumulan cuatro meses superavitarios. En otros planos no hubo grandes avances, como, por ejemplo, en el Congreso y las reformas de fondo que el gobierno considera necesarias. Además, las restricciones cambiarias no difieren en grado significativo a las que había antes de esta administración. La actividad económica sigue sin evidenciar un rebote, o al menos un detenimiento en la caída, con el correlato en la generación de empleo en el sector privado.

En este contexto, es esperable que el gobierno se apoye en el indicador más evidente para el ciudadano de a pie para medir su éxito o fracaso, esto es el dato de inflación. Desde el sacudón de diciembre (+25%) la inflación ha ido bajando mes a mes, marzo dio 11% pero con un fuerte peso de regulados (+18%) mientras que la inflación núcleo se encontró ya por debajo de 10%. Las estimaciones privadas sostienen, en base a lo que va del mes de abril, que el próximo dato podría hallarse por debajo del 9%, ayudado en gran medida por una suba muy pequeña en alimentos (a comparación de meses anteriores).

Más allá que estos datos son positivos, es preocupante la centralidad que el ministro Caputo le viene dando en sus declaraciones públicas, porque lo que hoy da lugar a una lectura positiva o de “éxito” podría convertirse en un indicador mirado con recelo en la segunda mitad del año. Y “enamorarse” de este indicador podría desviar el trabajo de corrección de desequilibrios que venía llevándose a cabo en los primeros meses.

El punto clave en este aspecto, al igual que en muchos otros, refiere al momento en que se levanten las restricciones cambiarias. Durante estos meses el tipo de cambio oficial se devaluó solo a un 2%, lo que habrá ayudado en parte a contener los precios de los bienes transables. La brecha sigue siendo de aproximadamente un 20%, y es muy probable que en el momento que se levanten las restricciones parte de esto se traslade a precios pudiendo acelerar la inflación por algunos meses. Además, la licuación por parte de las tasas de interés reales negativas verá un parate una vez liberado el mercado de cambios. 

Por otro lado, los salarios reales difícilmente sigan cayendo como lo hicieron durante el primer trimestre, y hay rubros regulados que recién durante el mes de abril comenzaron su corrección. Si bien es muy difícil hablar de distorsión en precios relativos porque las condiciones de la realidad cambian, para ejemplificar podemos tomar la evolución general de precios (IPC) entre julio de 2019 y el presente, que ha sido de 2.224%, y compararla contra los rubros que integran el índice. Vemos algunos aspectos llamativos, Vivienda, agua, electricidad, gas y otros combustibles sólo aumentó un 1.058% en ese mismo período; Comunicación lo hizo sólo en un 1.522% y Educación en una cifra similar. Por su parte rubros como Alimentos y bebidas no alcohólicas o Prendas de vestir y calzados lo hicieron en cifras superiores al índice general (aprox. 2.550%). 

No significa que los precios de julio de 2019 hayan reflejado una correcta estructura de precios relativos, ni tampoco debe descartarse la posibilidad que estos hayan cambiado, lo que sí está claro es que algunas cosas parecen estar atrasadas aún, en el plano de servicios es esperable que continúe el reacomodamiento tarifario y el total de servicios no transables podría atravesar un camino similar. Es decir, luz, agua, gas, alquileres, educación, comunicaciones, salarios, servicios personales, etc. deberían continuar subiendo por encima del índice aún cuando se vea un freno en alimentos. Y esto sin considerar el efecto ya mencionado de una posible liberalización cambiaria en alguna parte del año. La conjunción de estos factores podría implicar una desaceleración en las bajas de la tasa de inflación mensual. 

Estos ajustes que parecen estar pendientes se sienten en el bolsillo, pero son sanos si se piensa en una economía con menos desequilibrios e intervenciones. El punto es que, si bien son coherentes con la visión inicial del programa de gobierno, claramente empezarán a entrar en conflicto con el indicador de inflación y la utilización del mismo por parte del gobierno como medida de éxito de su plan. De hecho, la semana anterior ya ha sucedido y se tradujo en la polémica medida respecto a las prepagas y la presión para que los acuerdos paritarios de algunos sectores fueran modificados a la baja. 

El problema de poner el foco en los precios es que podría terminar actuando como un incentivo perverso para el gobierno, llevándolo a restringir ajustes de tarifas, postergar el levantamiento del cepo o intervenir en acuerdos privados. Claramente hay alternativas menos nocivas, que vienen del lado de una mayor desregulación que podría generar efectos positivos en algunos sectores y morigerar las subas de precios, pero de momento no parece que la dirección tomada sea esta. 

Será fundamental que no se vuelvan a cometer los errores del pasado de intervenir precios y mercados con intenciones políticas. Y aunque si bien virar el discurso político hacia la variable de turno que esté dando buenos resultados es algo posible para el futuro, forzar estos giros discursivos puede volverse peligroso en los meses que se vienen. 

Joaquín E. Aranguiz. Economista miembro del Centro de Investigaciones Sociales y Económicas de la Fundación Libertad

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